Sunday, 10 April 2016

Her first pancakes

It´s Sunday morning. I got up late, although earlier than my eldest child. She loves pancakes so I´ve taught her to make them.

Firstly, I told her the list of ingredients:

- One cup of milk.
- One cup of flour.
- One egg.
- One spoonful of butter.
- Three spoonfuls of sugar.

Then, while I was telling her the recipe, she followed my indications:

She poured all the ingredients in a bowl, took the blender and blended them. In spite of using the blender is not easy for a little girl, she did it well. When she got the ingredients became the dough, she put a pan on the cook and poured some dough in it.

I was next to her all the time, of course. Leading and helping her in every step.

She cooked four pancakes, one for her younger sister and three for herself.
She was very proud of herself and probably more confident than ever.

She and her sister ate them up. Next Sunday, more pancakes to having breakfast.

Friday, 30 March 2012

La calle de la Torre

Como siempre que se le hacía tarde en casa de Lucía, salió por la puerta que da al callejón, atravesó un pequeño parque siempre vacío a esas horas, y cogió el sendero que lleva a la calle de la Torre, que es la que rodea el Castillo. Una vez allí nadie puede saber de donde viene, porque es donde mueren todas las calles del pueblo.

Al poco, a unos cincuenta metros delante de él, vió un pequeño grupo de personas en círculo que miraban fijamente el suelo. Se detuvo y pensó en darse la vuelta pero recordó que ya no había peligro, así que continuó caminando hacia ellos. Al llegar, les saludó - buenas noches - dijo al tiempo que se asomaba para ver qué llamaba tanto su atención. Nadie contestó. Era un joven tumbado de costado sobre la acera. Tenía la boca exageradamente abierta. Solo cuando escuchó esa especie de ronquido desesperado por coger aire, se dio cuenta de que estaba gritando. Lo debía de haber hecho sin parar durante mucho tiempo porque no emitía ya ningún sonido, se había quedado sin voz. Un hueso de su pierna izquierda se adivinaba bajo su pantalón vaquero. No había sangre. Su espalda describía una curva imposible, y uno de sus brazos lo tenía extendido hacía un guardia civil que lo miraba con los brazos en jarra.

-¿Pero qué ha pasado? - Preguntó Guillermo que ya formaba parte del círculo.
-Se ha tirado de la torre.- respondió nerviosa una anciana.
-Éste ha reventado por dentro. El muy ímbécil dice que su mujer le ha dejado. - dijo un hombre que presumía de ser el primero en llegar.
-¡Si se hubiera querido matar se habría tirado de cabeza!- dijo el guardia sin dejar de mirar al herido.
-¡Ostia puta! ¡hay que estar colgado!, ¿pero y la ambulancia?- dijo Guillermo.
- Tiene que estar al llegar. Viene de Isla Cristina porque la nuestra no arranca. Si es que en este pueblo nada más que hay tontos. - Informó uno de los presentes.
-¿Pero muchacho que has hecho? ¡Si eres un crio! - dijo la anciana con la voz entrecortada - ¡Pobre Lucía! - susurró.



Thursday, 7 April 2011

Un mal sueño

Los he visto venir, pero me han rodeado sin darme cuenta. Eran tres.

Mientras se acercaban hablaban entre ellos. Lo hacían a la vez, sin turnos. Uno me sonreía todo el tiempo y desde lejos me saludaba con la mano; otro me señalaba con el dedo mientras gritaba sin parar;  y el tercero, con los puños cerrados, me miraba fijamente, no pestañeaba, como intentando averiguar lo que pensaba.

¿Por qué no me di la vuelta? Era como si aquella avenida fuera de un solo sentido y no hubiera manera de girarme. Quizás no quería que pensaran que era un cobarde. No lo sé. Traté de cambiar de acera, pero siempre que lo intentaba me lo impedía algún coche.

Cuando llegaron a mi altura, el que sonreía todo el rato se paró frente a mi y me cortó el paso. Los otros dos se pusieron cada uno a un lado. Seguían hablando sin turnos. Solo entendí al que me sonreía. Me dijo que anoche soñó conmigo. Los otros dos hablaban un idioma que jamás había escuchado. Estaba confuso. No sabía que hacer. Pensé en empujar al que tenía delante y salir corriendo, pero sonreía y no pude.

De pronto uno de ellos me golpeó. No me hizo daño así que pensé que bromeaba. Volvieron a golpearme y caí al suelo. Empecé a sangrar. Ninguno me sonreía ahora. Cerré los ojos y deseé que desaparecieran. Cuando los abrí ya no estaban.

Ahora estoy en casa y he puesto música.


Tuesday, 5 April 2011

Los mayores placeres de la vida

La protagonista de una película dijo que para ella uno de los mayores placeres de la vida era meter las manos en un saco de legumbres.

Sin ninguna duda yo me quedaría con aquel minuto que se repetía en las tardes más calurosas de los veranos de Santa Barbara de Casa.

Eramos tres: Poli, mi hermano y yo, y nos gustaba ir al campo de fútbol cuando terminábamos de almorzar. Llevabamos una pelota de goma dura que nos servia para jugar a baloncesto y a fútbol. Nos daban igual los 40º a la sombra. A veces parabamos un rato pero solo para no desmayarnos. Cuando no podíamos más nos íbamos.

Sabíamos que ese minuto iba a llegar pronto y sonreíamos. Llegar a la calle del Santo era la señal. Saliamos corriendo calle abajo riendo otra vez. Me gustaba dejarlos ir delante pero solo a unos pasos de mi, los necesarios para compensar el ser mayor que ellos un año.

La puerta estaba siempre cerrada pero se podía abrir desde fuera. Dentro de casa ya no corriamos, andabamos a la velocidad que mi abuela nos permitía sin darnos un grito. Era un pasillo larguísimo que con el calor a esas horas siempre crecía unos metros.

Ya habíamos llegado. Empezaba el minuto.  Yo en el medio, con la cuerda en la mano y los tres mirando hacia abajo, esperando a que el cubo de hojalata se hundiera en el agua y buscara en lo más profundo del pozo el agua más fresca que el largo de la cuerda permitía. Ahora el cubo empezaba a subir lleno a rebosar de agua helada. Pronto beberíamos el agua más pura y fresca que jamás habíamos probado ni probaríamos.

Aquellas horas a pleno sol habían merecido la pena. ¿Cucharón de corcho o vaso de lata? ¡Cucharón por supuesto! Nada como notar el corcho lleno de agua fría, y tener que hacer el gesto de llenarlo treinta veces antes de saciar la sed. El vaso de lata solo me permitía llenarlo tres veces y ese minuto de placer se convertia solo en unos segundos. Los placeres si se pueden alargar pues mejor.

Pues eso, que si alguien me pregunta cual considero mi mayor placer pues le diré que beber en el pozo de mis abuelos un día de verano, después de jugar un partido a las 4 de la tarde. ¡Mierda! Como echo de menos ese minuto.

¿Cuál es para ti el mayor placer de la vida?

Sunday, 3 April 2011

Paul, la funcionaria del escote y el pelirrojo.

Doce y media de la mañana de un jueves. Segunda planta de la Agencia Tributaria. En la parte más alejada de la sala, tres mesas para consultas. Son las únicas que están aisladas con paneles a cada lado, supongo que para que los visitantes puedan confesar al funcionario de turno sus secretos fiscales más íntimos.

En la mesa de la izquierda atiende una chica preciosa. Lleva un traje ceñido con un escote de los que son un imán para la vista. La miro durante unos segundos y como si mis ojos lanzaran unos rayos invisibles que ella ha sentido, retira la vista de la pantalla de su ordenador para mirarme. Disimulo hablando con Paul.

-¿Traes papel y lápiz para anotar lo que nos dicen?
- Espera -mete la mano en la cartera que cuelga de su hombro y la recorre con su mano sin encontrar nada- No, pero seguro que algo gratis dan aquí ¿no? - Paul, Holandés de cuarenta años, vive en España desde hace año y medio. Habla bastante bien español aunque con un acento muy marcado. Cuando no dice nada, su altura y su piel rosada le delatan.

Me fijo en la mesa del centro. Atiende una funcionaria pura raza, de las que hacen bueno el tópico. Tiene más de cincuenta pero aparenta al menos sesenta. Da la impresión de ser la más rápida de la sala. De las que contestan con monosílabos y miran a uno y otro lado para que no olvides que te tienes que ir.  Ha entregado un papel a un señor mayor y ha dicho algo girando la cabeza a un lado.

He vuelto a cruzar la mirada con la chica del escote. Ha vuelto a ganar, pero esta vez he aguantado unos segundos. Me quedo mirando el suelo.

A la derecha, sentado tras la mesa, un funcionario pelirrojo de unos 45 años y de estatura media. Parece serio, y gesticula exageradamente tratando de explicar algo al que está sentado al otro lado de su mesa. Se levanta a por unos papeles que ha imprimido y cuando pasa por nuestro lado nos dice que enseguida está con nosotros. ¡Adiós a la chica del escote! La miro como para despedirme y está de pie apoyada con sus manos en su mesa mirando unos papeles dejando ver sin reparos gran parte de su prominente pecho. Esta vez no hay cruce de miradas.

El pelirrojo, haciendo un gesto con la mano, nos indica que podemos acercarnos. Nos pide que nos sentemos.

- A ver, ¿que es lo que os pasa? - Me mira a mi mientras pregunta.
- Quiero saber cómo tengo que siendo de holanda y vivo en España presentar los papeles de Hacienda - Paul ha contestado sin esperar a que yo diga nada.

El pelirrojo empezó a hablar y a gesticular de una manera tan rápida que yo miraba a Paul esperando verle con cara de no estar enterándose de nada. Pero para mi sorpresa, no era así.  Dada la dificultad del tema a tratar, era sorprendente como una persona que no habla a la perfección el español estaba aprendiendo con una sola explicación las obligaciones fiscales de quien compra y vende en Europa. Cuando en algún momento no acababa de comprender algo, Paul lo repetía con sus palabras para que el pelirrojo le corrigiera.

En la cara del funcionario se veía la satisfacción del trabajo bien hecho. Durante las explicaciones había garabateado un par de folios que aunque sin el acompañamiento de las palabras no tenían sentido, Paul le pidió llevarse.

Una vez terminada la clase, bajamos a la primera planta a entregar un impreso. Paul me mira y me dice que le falta rellenar la fecha y que no se acuerda de qué día es hoy. -Me he quedado con la mente en blanco y me duele mucho- No me extraña, se ha enfrentado durante más de media hora a un funcionario que le ha explicado como funciona el IVA y el IRPF en las operaciones intracomunitarias.

Mientras esperamos en la cola del registro se nos acerca un chico que nos pregunta donde puede ir a que le resuelvan una duda.

- Segunda planta, al final de la sala. Intenta que te toque el pelirrojo- le contesté rápidamente.